Homilía Misa Crismal 2022 -Diócesis de Venado Tuerto-
Homilía Misa Crismal 2022
-Diócesis de Venado
Tuerto-
Monseñor Han Lim Moon
Queridos hermanos en Cristo:
Con amor de padre, a quienes participan de esta celebración, y de
manera especial a ustedes, queridos sacerdotes, quiero compartirles unas
palabras que brotan de lo profundo de mi corazón. Sepan disculpar, el resto del
Pueblo de Dios, si en esta ocasión me dirijo especialmente a los sacerdotes,
ya que en esta misa van a renovar sus promesas sacerdotales de amor a Cristo y
el amor a todos ustedes. Ellos recibirán los óleos santos destinados a la
santificación de todo el Pueblo de Dios.
No hace mucho que estoy
con ustedes y nos vamos conociendo poco a poco. Les pido que con amor fraterno me ayuden a caminar juntos esta diócesis,
escuchando la voz de Dios y discerniendo lo que Él nos pide.
Tenemos una grey del
Señor que conducir hacia el corazón de Dios Padre y, por eso, debemos estar muy atentos a lo que el
Espíritu de Dios susurra en nuestros corazones, a fin de dejarnos guiar por
Él. Para eso, oremos mutuamente, ustedes por mí y yo por ustedes,
especialmente en cada Eucaristía, para ser dóciles a la voz de Dios. Y
ustedes, queridos fieles, recen por nosotros los pastores, ¡necesitamos de
sus afectuosas oraciones y que también nos hagan escuchar la voz de Dios!
En esta celebración, por
mi intermedio, el Señor les agradece a ustedes sacerdotes por todo el esfuerzo,
el amor y la dedicación que brindan para el servicio del Pueblo de Dios. Cada
uno de ustedes con sus dones, capacidades y talentos enriquecen y hacen fecunda
la Iglesia de Cristo.
Ustedes y yo, pastores de
esta grey de Dios, fuimos llamados por
Jesús a colaborar con Él formando parte de su comunidad. A cada uno el
Señor nos pide entrega, fidelidad y conversión constante para que la fuerza de su
gracia derramada en nosotros en el día de nuestra ordenación, dé mucho fruto para
santificar a su Pueblo.
Hoy, Jesús nos llama a renovar
nuestro compromiso de amor por Él y por su Esposa la Iglesia, para acrecentar el primer amor que nos llevó
a dejar todo para ir detrás de Él.
En este seguimiento, quiero
exhortarlos a que cuiden de ustedes, de su salud física, de su afectividad
armoniosa y de su oración, por el bien de ustedes y para pastorear con
entusiasmo y alegría al Pueblo de Dios. No teman tomarse tiempo para descansar física
y afectivamente como lo hacía Jesús en la casa de María, Marta y Lázaro (PDV 44)
acompañado de sus discípulos, y espiritualmente en oración íntima con Dios
Padre. Por eso, los invito a ser celosos
y disciplinados con sus momentos de oración.
También los aliento a
seguir creciendo y fortaleciendo nuestro vínculo, es decir, entre ustedes y yo,
¡no se olviden de compartir conmigo
tanto las alegrías como las penas!, y por supuesto también entre ustedes,
a través de los encuentros pastorales diocesanos y por decanatos, o simplemente
a través de las visitas fraternas entre unos y otros. Que la fraternidad entre nosotros sea para tener
“un solo corazón” (Hch 4, 32), dando así
el mejor testimonio de la credibilidad del amor de Dios para el aumento del
rebaño del Señor.
En esta celebración, al
recibir ustedes los óleos santos, renueven
su misión ya recibida. Hemos sido
ungidos con ellos y se nos envía a ungir a nuestros hermanos como sacramentos
vivos del inmenso amor de Dios por cada hombre.
Por eso quiero decirles:
· Reciban el Óleo de los Catecúmenos que es el signo del amor profético: es el aceite que proclama la Buena Noticia a los pobres, que es el Kerygma, primer anuncio, que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario, y debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora. Es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra. Porque nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio y toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma” (AL 58).
Al aceptar este primer anuncio, somos incorporados por el bautismo al cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Y ustedes se comprometen a acompañar a los hermanos para su crecimiento en sus comunidades.
· Reciban el óleo de los enfermos: es el signo del amor real puesto al servicio de todos,
especialmente, de los que más sufren,
de los que están en soledad, de los desamparados.
· Reciban el Santo Crisma que es signo del amor sacerdotal:
en el sacrificio del altar, en cada Eucaristía, ofrecemos junto a Cristo,
todas las penas y alegrías propias y de los fieles, para unirnos a la oblación
de Cristo al Padre por la salvación de todos los hombres. Y, al unirnos a
su oblación, nos identificamos cada vez más con Cristo y, como consecuencia, nos
santificamos por el ejercicio de nuestro ministerio.
También recuerden el
mandato del Señor, que nos pidió proclamar la Buena Noticia a toda la
creación, es decir, a todos los habitantes de nuestras parroquias y en
especial a los que están alejados física o espiritualmente y que no se sienten
amados y comprendidos en la Iglesia de Cristo.
Por eso, el Papa
Francisco nos dice a cada uno:
“La misión en el corazón del pueblo no es una parte de
mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento
más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero
destruirme. Yo soy una misión en
esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo
como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar,
sanar, liberar” (EG 273).
Sin embargo, tengan
siempre presente que es la acción de
Dios la que hace fecundo todo el ejercicio de nuestro ministerio. El
Señor Jesús, sigue y seguirá siendo el Buen Pastor, con quien nosotros
colaboramos alegremente y disfrutamos de su acción pastoral.
Por último, recuerden que
el alma y el motor del ejercicio de nuestro ministerio es la caridad
pastoral, es decir, el amor fervoroso al Señor que se transforma en el amor
alegre y servicial a su pueblo.
¡Queridos sacerdotes y
fieles presentes! Los abrazos fraternal y paternalmente a todos ustedes en el
Señor y los bendigo en su nombre. Amén.
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